Brownsville, marzo 22 de 1993
Sr. J. T.
M.
Estimado J.:
Es tempranito en la mañana y lo primero que hago en este día es escribirte, cosa que no estaba en mis planes, pero anoche, o mejor dicho, esta madrugada soñé contigo. Soñé que te estaba amonestando, y pienso que quizás es que Dios me ha indicado que te amoneste.
Y ahora, ¿qué te digo? ¿qué puedo decirte que tú no sepas? Tal vez tengas medio olvidado el plan de salvación, pero eso no quiere decir que lo ignoras.
Si algo debo decirte es que repases en tu memoria aquellos primeros tiempos de tu conversión; aquellos tiempos en que eras un joven casto, sacrificado, pero entusiasta y activo en la predicación del evangelio. Ponte a solas un momento, donde nadie te moleste, cierra los ojos y procura traer a tu mente algunos de los buenos mensajes que has predicado, y repítetelos. Mientras lo haces, hazte la idea que vuelves a ser aquel J., y al J. de ahora siéntalo en las bancas a escucharte predicar.
Quizás digas que las cosas han cambiado, que la iglesia ahora no es igual, y muchas otras tonterías que, siendo o no siendo verdad, te pueden servir de excelentes excusas; pero todo eso está de más ante la necesidad de volver a “tu primer amor”. Apo.2:4. Si no te arreglas tú, no podrás ayudarnos a arreglar a los demás.
Si todavía significo algo para ti, contéstame. De lo contrario podrá ser que vuelva a soñar contigo, y no sé qué será lo que sueñe.
Saluda en mi nombre a tu familia.
Orando por ti, queda tu antiguo compañero,
Ob. B. Luis.
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